lunes, 11 de marzo de 2013

La Cuaresma en nuestra vida diaria.

Los efectos secundarios del tratamiento, me crean dificultades para escribir, pero no para meditar sobre este tiempo fuerte en que nos preparamos para llegar a la Pascua, donde Jesús resucitó y con ello lleno de contenido y sentido toda nuestra vida.

En las homilias de estos días muchas me han llamado la atención, especialmente la comunmente conocida como la del "hijo pródigo". Coincido con Manuel en que sería un nombre más apropiado la del "padre bueno". La primera etiqueta da suma importancia a la actitud del hijo, que una vez ha sufrido el sinsentido de una vida fuera de la casa del padre, le hace recordar y volver con él.

Sin embargo lo importante no es la actitud del hijo, sino la del padre lleno de misericordía, que nos recuerda a nuestro Padre Dios, que nos dió a su hijo, para que tuviesemos desde ya, vida y vida eterna. Además nosotros no siempre somos el hijo prodigo, sino a veces el hermano envidioso, que no entiende la actitud del padre y que juzga.

En la corta homilia de hoy, donde se glosa que Jesús cura en Galilea al hijo de un funcionario real, sin ir a verlo, solo con la fuerza de su palabra, me gusta el pensar que justamente eso es la Fé, creer en la palabra y ponerse en camino, sabiendo que Dios no falla nunca, es nuestro Dios de lo imposible, el Padre misericordioso, que sólo nos pide que acojamos su palabra y la sigamos.

Estas son mis nuevas razones para creer. La Fé no es algo estático, a lo que se llega y ya está. Realmente, es un camino, basado en una entrega incondicional, en plena confianza a la palabra, y como dice Benedicto XVI en su enciclica "Spes Salvi", es consultancial a la Esperanza. La naturaleza de la Fé, su substancia, es la Esperanza, y en tanto que tenemos Esperanza, la Fé adquiere contenido, y sin darnos una seguridad plena, nos ayuda como una pequeña luz, a ir eligiendo cada tramo del camino.

Un abrazo a todos y que Dios os bendiga.