Anoche fue Nochebuena, y celebramos en la tradicional misa del Gallo, la llegada del niño Dios. Y digo bien, porque al menos en mi caso, después de tantos meses de oración y meditación durante el curso de la enfermedad, no me cabe ninguna duda de que el momento más importante del día, fue la hora que estuvimos en la iglesia La cena estuvo bien, y también compartirla con la familia, pero lo realmente grandioso fue poder ir y celebrar la liturgia.
Terminaba
con ello el tiempo de Adviento, que como ha dicho durante estas semanas el
párroco D,. Manuel, representa la valentía de la fe, lo difícil que resulta
creer y dar testimonio en el mundo de hoy. Y comienza entonces el tiempo de
Navidad, el tiempo de Pascua en el que celebramos que Dios se nos hace hombre y
gracias a ello los hombres se hacen como Dios.
Este
tiempo es de especial meditación sobre la maravillosa actitud de nuestra madre,
la Virgen María, que de forma libre dio el “fiat” a Dios, para ser la madre de
su hijo, y a la vez la madre de todos, con absoluta valentía, sabiendo las
dificultades a las que se enfrentaría, y el dolor que iba a llegar a su
corazón, cuando volvió a aceptar con resignación que el designio de Dios es que
su hijo muriese en la Cruz
Estos
son días de recomenzar, de meditar que tenemos que cambiar en nuestra vida, de
que aunque el día a día nos lleve a olvidarlo, lo único realmente importante
que hay en nuestra vida, es nuestra relación con Dios. Ella es la que da
sentido a nuestro vivir cotidiano. El misterio de la Cruz, comienza en estos
días con el del nacimiento, pues en él ya Jesús nos comienza a mostrar cómo es
Dios, su predilección por los pobres y los desheredado, eligiendo para nacer el
pesebre, lugar donde se deposita la comida de los animales, y que además
simboliza que Jesús desde su nacimiento es nuestro pan de cada día, la comida y
la bebida que calman la sed y el hambre más acuciantes.
Terminábamos
la meditación anterior diciendo que también fe, esperanza y caridad, eran como
tres facetas de una misma triple realidad. Y es así y es con la Natividad de
Jesús, cuando recomienza de nuevo en
cada uno de nosotros esa realidad.
Jesús, es la razón de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor. Los
tres aspectos se presentan de forma simultánea, de forma que sólo desde la fe,
tienen razón nuestra esperanza y nuestra caridad. Creemos porque esperamos y
amamos a Jesús, Lo amamos porque creemos en Él, y esperamos resucitar con Él y
en Él. Y esperamos la vida eterna porque amamos a Jesús, y creemos en todo lo
que nos prometió.